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Especies exóticas en el medio natural. Un problema de este siglo…y del que viene

  • El Naturalista Sociópata
  • 10 jul 2017
  • 5 Min. de lectura

Para el gran público, ahora se ha abierto la caja de los truenos con la presencia de exóticas en el medio, a raíz del enorme problema del nóctulo gigante en Sevilla. Un problema muy grave, sin ninguna duda, y que requiere de soluciones rápidas antes de que sea demasiado tarde. Pero releyendo, a uno le entran las ganas de hablar un poquillo del tema de los visitantes permanentes de carácter foráneo a escala peninsular: picos, uñas, alas, aletas y demás, que están modificando la realidad de nuestro entorno y continuarán haciéndolo, y cómo siempre, no lo hacen, en la gran mayoría de los casos, por su propia voluntad.

Ocurre que estamos acostumbrados a valorar las agresiones al medio de una forma bastante estructurada en función de su tipología. Ésta tiende a organizarse en conceptos fácilmente entendibles e identificables para todos nosotros, cómo la contaminación ambiental, la destrucción traumática del medio por la creación de nuevas infraestructuras, la explotación abusiva de los recursos, los vertidos incontrolados de sustancias agresivas, etc. Pero existen otro tipo de vertidos que no responden a los parámetros que normalmente utilizamos para testar el impacto que estos producen, y que, en la mayoría de los casos, ni siquiera son conocidos por el global de la sociedad. La fuga o la liberación incontrolada de especies exóticas es uno de ellos.

Durante las últimas décadas se experimentó un importante auge en el comercio de especies exóticas cómo animales de compañía, y no necesariamente hablamos de pequeños animales. Sería fácil teorizar sobre las causas que han motivado esta situación, desde las puramente económicas, hasta las conductuales que la propia sociedad genera. Evidentemente, debe existir una importante demanda para que un negocio se convierta en floreciente fuente de ingresos.

El ritmo de vida actual nos concede poco tiempo para el ocio, y con ello, pocas posibilidades de disfrutar del medio natural. En el mundo de la competitividad y de la prisa, todo se minimiza y comprime con el fin de obtener los máximos resultados en el mínimo espacio, tanto físico, cómo temporal.

Todo ello hace que recrear, por ejemplo, el ambiente de una especie tropical en un pequeño terrario, nos permita trasladarnos a ese paraíso, y, en cierta forma, gozar de sus beneficios, abandonando por unos preciados instantes al menos, nuestra artificialidad diaria. Esta argumentación, defendida por algunos estudiosos del fenómeno, tiene también su contrapartida. En ocasiones, lamentablemente, responde al más puro esnobismo.

El hecho de poseer animales exóticos cómo mascota no es un fenómeno nuevo, ya que se remonta al periodo colonial brasileño. Los barcos portugueses de aquella época solían viajar rumbo a Europa con más de 600 loros en sus bodegas, además de cientos de pieles de jaguar. Según parece es una tendencia inherente a nuestra condición humana, no alejada de debates.

El tráfico de fauna y flora silvestre se ha convertido en un negocio muy lucrativo. Sin contar el tráfico ilegal, el comercio de fauna silvestre mueve cerca de 10.000 millones de euros anuales en el ámbito mundial. La Unión Europea es uno de los receptores más importantes de este tipo de comercio, y se convierte en el primer importador mundial de psitácidas, así como de boas y pitones. Según el Consejo General de Colegios Veterinarios de España, en los hogares españoles existen más de 80.000 reptiles y más de 130.000 aves exóticas. El Seprona ha llegado a recuperar en tan sólo un año, más de 37.000 ejemplares regulados por el convenio CITES, si contabilizamos también a los invertebrados.

Todas estas cifras deben interpretarse también cómo un claro indicador del empobrecimiento faunístico a escala global, ya que actualmente se sabe que aproximadamente 900 especies de animales y plantas se encuentran en peligro de extinción o situación vulnerable a causa del comercio, y más de 2.400 están amenazadas por la misma razón. A todo ello se puede añadir un dato estremecedor: cerca del 80% de los animales destinados al contrabando mueren durante el proceso de captura, manejo, transporte y comercialización.

En Catalunya, por poner un ejemplo, la presencia de animales exóticos en el medio natural o urbano ha experimentado un 30% de aumento en tan sólo un año. Una cifra importante, desde luego. El control de las especies de origen alóctono obedece a parámetros muy diferentes en función de sus características específicas. Aspectos cómo la distribución, su capacidad para colonizar, el grado de incidencia directa sobre el sistema o el daño asociado a la intervención para conseguir su erradicación, deben ser contemplados en su conjunto para diseñar un plan técnico eficaz.

Los aspectos sanitarios también juegan un papel importante en todo ello. La bioinvasión es un tipo de contaminación a todos los niveles, incluyendo la introducción de enfermedades y parásitos ante los cuales nuestra flora y fauna no están inmunológicamente preparadas. De la misma manera, existe riesgo de hibridación para algunas especies, y con él la posibilidad de desvirtuar nuestro patrimonio. En función de todos los factores mencionados podemos establecer una valoración para clasificar el impacto potencial: menos grave, grave y muy grave. Par resumir diremos, que menos grave se daría en el caso de especies que, o bien se dispersan poco y no plantean problemas ni conflictos con las especies autóctonas, o bien se aclimatan integrándose en la dinámica natural sin producir perturbaciones significativas. De ahí, se establece una escala “in crescendo” hasta llegar a los muy graves, que se plantean cuando se aprecian daños significativos sobre el sistema o alguno de sus componentes y su erradicación es virtualmente imposible, bien porque la especie en cuestión posea una capacidad de regeneración o autorreplicación inmensa, o por ser los procedimientos de erradicación muy dañinos, lo que no compensaría los beneficios que la actuación pudiera aportar.

En algunas especies se produce un doble efecto, cómo es el caso de determinadas psitácidas, que pueden ocupar un nicho vacante originado por la presencia de especies vegetales exóticas asociadas a sus ambientes originales, situación que podría no alterar de manera grave el equilibrio original. Sin embargo, su “intrusión” no se detiene ahí, y puede competir también directamente por nichos ocupados por especies autóctonas, sobre todo al expandirse, y acabar eliminándolas. Es el caso de los nóctulos de Sevilla, y uno de los factores que inciden en el descenso del gorrión común en muchos espacios urbanos. A todo esto debemos sumarle cómo riesgos potenciales a tener muy en cuenta, la posible diseminación de enfermedades de origen foráneo, la dispersión de semillas exóticas, y con ello la alteración de las formaciones vegetales originales, etc.

La cosa tiende a complicarse de manera significativa cuando la especie en cuestión puede, además, alterar el equilibrio de las poblaciones autóctonas ocupando un nicho que modifique las cadenas tróficas, y con ello todo el mecanismo sistémico del cual depende su supervivencia. Las especies invasoras son agentes de cambio que amenazan la diversidad biológica autóctona, en mayor o menor grado y sea cual sea el origen de su presencia en el medio, y no necesariamente tienen que ser exóticas. En este sentido, la colaboración del hombre en la capacidad de expansión de las diferentes especies animales en la tierra, ha sido siempre fuente de controversia. En muchos de los casos en los que esta colaboración ha sido voluntaria, no podemos decir que los resultados hayan sido positivos, es más, en la mayoría de los casos el resultado puede definirse cómo desastroso. Cómo casi siempre, las modificaciones sistémicas del hombre, en un sentido o en otro, no dan los resultados esperados, y si los dan en un aspecto, suelen resultar especialmente lesivas en otros.

En general, resulta extremadamente difícil predecir el posible impacto que una especie en concreto genera o llegará a generar en el medio, así que mejor nos estamos quietecitos, que casi siempre estamos más guapos.


 
 
 

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